Chile, conocido por su paisaje montañoso y su valor geográfico, volvió a sentir el poderío de la naturaleza el pasado 7 de diciembre de 2024, dejando una huella de incertidumbre en su población. Varios terremotos se registraron a lo largo del día, desatando no solo la preocupación, sino también recordando la excepcionalidad sismológica del país. El primero de estos sismos se sintió en las primeras horas de la madrugada, exactamente a las 01:37 horas, con una fuerza de 3.7 en la escala de Richter. Este evento natural sacudió a Iquique desde una distancia de 88 kilómetros al oeste y a una profundidad de 30 kilómetros en el subsuelo.
Muy poco después, a las 03:06 horas, otro sismo se dejó sentir, esta vez un poco al noreste de Calama. Con una intensidad de 2.7, logró que las tierras áridas del norte de Chile sintieran un remanente de esta actividad. La profundidad de este movimiento telúrico se ubica a 94 kilómetros, un recordatorio del constante pugilato tectónico que vive la región. Sin embargo, la calma no regresó rápidamente como se esperaban los habitantes.
A las 03:53 horas, se registró un tercer terremoto de magnitud 3.8, 28 kilómetros al suroeste de Pichidangui. Este epicentro, más cercano a la costa, destacó la constante actividad en esta zona, esencialmente influenciada por los movimientos de las placas de Nazca y Sudamericana. La profundidad de este evento fue de 23 kilómetros, lo que alertó a las comunidades cercanas por posibles réplicas.
Sin embargo, el más significativo de todos, y el que generó más atención, ocurrió a las 03:26 horas. Este sismo de 5.4 grados en la escala de Richter (algunas fuentes iniciales indicaron 5.3) se situó 43 kilómetros al oeste de Toltén, o bien, 111 kilómetros al oeste de Temuco, y su profundidad estaba aparentemente a 41 kilómetros (con algunas discrepancias mencionando 18 kilómetros). Esta cubierta de ambigüedad en cuanto a los datos de profundidad subraya la necesidad de una mejor tecnología en el estudio de desastres naturales.
Más tarde, a las 05:20 y a las 05:38 horas, dos más se detectaron, uno de 2.7 a 46 kilómetros al noroeste de Tocopilla y otro de 2.6 a 27 kilómetros al noreste de Petorca, respectivamente. Estas pequeñas sacudidas no suelen causar daños significativos, pero sí son un recordatorio constante de vivir en uno de los lugares más activos del planeta en términos de sismicidad.
Frente a esta serie de movimientos telúricos, el National Service for Disaster Prevention and Response (Senapred) ha reiterado su llamado a la preparación constante. Es crucial que los ciudadanos mantengan la calma, ubiquen un lugar seguro como debajo de una mesa resistente y desconecten suministros eléctricos y de gas para prevenir incendios o explosiones. En exteriores, es importante alejarse de edificios, postes y cables eléctricos. Además, durante eventos masivos, es recomendable permanecer quieto, proteger la cabeza y el cuello con los brazos y seguir instrucciones de seguridad.
Este consecutivo de sismos subraya la importancia de estar informados e instruidos ante la permanente amenaza sísmica que sobrevuela a la nación. La comunidad científica continúa estudiando estos fenómenos para ofrecer mejor información y sugerencias a la población. Chile, un país que ya ha demostrado su resiliencia frente a más de un terremoto, refuerza su compromiso con la prevención y la educación en torno a estos imprevisibles eventos.
Vivir en una región de características sísmicas tan relevantes como Chile implica adaptarse constantemente a la amenaza de terremotos. La convivencia con la naturaleza se torna entonces en un constante aprendizaje y preparación para minimizar el impacto que estos eventos puedan tener en la infraestructura y en las vidas humanas. La capacidad de respuesta ante desastres naturales ha mejorado con el tiempo, pero nunca está demás recordar la importancia de la educación y la capacitación frente a tales eventualidades.
Estos días, la tecnología juega un papel crucial para brindar información casi instantánea sobre la actividad sísmica. Sin embargo, siempre es relevante acompañarla con una consciencia individual y comunitaria que sopese no solo los números y las magnitudes, sino también el impacto humano detrás de cada sacudida. En última instancia, la seguridad y el bienestar de los ciudadanos son el fin máximo en cualquier política de preparación ante emergencias, y Chile, con su larga experiencia, continúa siendo un modelo de referencia.